ICARE me ha otorgado el premio al empresario del año 1989, distinción que agradezco con verdadera emoción.

Creo, sin embargo, que junto a mí, en esta tribuna, debieran estar otros empresarios, porque son numerosos los industriales y comerciantes que han sobresalido en este ambiente de libertad y competencia en que hemos vivido en los últimos años.

ICARE se fundó hace 36 años con el fin de promover en Chile los métodos modernos de administración de empresas. En aquella época los empresarios éramos más bien pequeños, orientados a un reducido mercado interno y con casi nulas oportunidades en el exterior, a consecuencia de altos derechos de aduanas, precios fijados por el Estado, permisos de importación y exportación y dólar establecido artificialmente. En resumen, vivíamos envueltos por una acción estatal frustrante que nos asfixiaba.

El control del Estado sobre los medios de producción mantuvo al país sin crecer, y es así que nuestra renta per cápita, a pesar del esfuerzo de estos últimos años, apenas alcanza hoy a 2.000 dólares mientras que en cualquier país medianamente desarrollado es superior a 10.000 dólares por habitante.

Conozco bien a ICARE y su influencia tan positiva en el desarrollo empresarial del país. Formé parte de su primer directorio, en que Eugenio Heiremans fue su Presidente y yo Tesorero, y sé del trabajo eficiente y entusiasta de quienes nos han sucedido.

Mucho tiempo ha pasado desde entonces y los métodos para desarrollar las empresas han variado. Hoy es importante conocer de cerca la experiencia de otros países y así ICARE organiza cada año el Encuentro Nacional de la Empresa, ENADE, de gran valor por la calidad de sus expositores, tanto del extranjero como del país, que nos permiten apreciar nuestra situación y compararla con la del exterior. Igualmente nos sirven las reuniones desayuno y los seminarios en que hay la oportunidad de escuchar a personas destacadas en nuestro quehacer lo mismo que cambiar ideas respecto de inquietudes del momento.

Me inicié como empresario en 1944, cuando fundamos H. Briones y Cía. De aquí fueron naciendo Indura en 1948 y Cementos Bío Bío en 1961. En cada una de estas compañías tuve socios que contribuyeron grandemente a nuestro éxito, y a ellos debo agradecer su entusiasmo y colaboración, pues a sus esfuerzos debo en gran medida los resultados alcanzados a través de los años.

Quiero nombrar sólo algunos, por ser conocidos de ustedes: Carlos Campino, Patricio Grove, Carlos Palma, Eugenio Heiremans, Ernesto Ayala, Alfonso Rozas, Mario Vignola.

Deseo también nombrar aquí a dos de mis más apreciados socios, que sensiblemente ya no están con nosotros: Don Guillermo Walter Stein y Don Tomás Eduardo Rodríguez.

Tal vez la principal lección aprendida a través de casi 50 años es tener buenos socios.

Dada mi larga experiencia empresarial en tan diversas actividades, puede ser de interés definir cómo veo yo a un genuino empresario: un empresario industrial, sector que mejor conozco.

No me extenderé en los aspectos obvios, como saber buscar productos que tengan ventajas comparativas, ser capaz de obtener las materias primas, producir a costos de competencia o saber evaluar el mercado interno para alcanzar, vendiendo en el país, por lo menos a cubrir los costos.

Un aspecto que algunos empresarios olvidan es la importancia de saber vender. Se puede fabricar un producto de primera clase; pero se olvida que a la calidad y el precio deben sumarse una muy efectiva acción de venta y un buen servicio. Este último deja al cliente contento, que vuelve a comprar, a veces, sin importarle pagar algo más.

También hay otros aspectos muy relevantes: tener una gran dosis de optimismo, ya que sin él es difícil embarcarse en una aventura industrial. Hay que ser romántico para enamorarse de su empresa y de sus productos.

Pero lo más esencial es tener el más profundo respeto por los trabajadores de la industria.

En una empresa nada se puede hacer sin su personal. Es el activo más valioso de una compañía. Por eso los verdaderos empresarios somos enemigos de aquellas leyes laborales que buscando proteger artificialmente al trabajador, sólo crean antagonismos, entraban la acción del empresario y politizan sus directivas sindicales.

El progreso se genera en la innovación tecnológica –no hay que tenerle miedo a las licencias de ayuda técnica. Mejorar los productos a base de copiar o con tecnologías desarrolladas por uno mismo es lento y puede llevarnos a un fracaso. Las licencias técnicas nos dejan a la vanguardia y de ahí se puede continuar avanzando. A propósito de estas materias, un industrial extranjero muy exitoso me dijo una frase que no he olvidado,: “No vale la pena, Hernán, volver a inventar la rueda”.

El desarrollo de un país se logra a través de un empresario eficiente, que se genera sólo en un entorno adecuado.

Nuestro esfuerzo es inútil sin un ambiente que permita el crecimiento. Esto ha sido comprobado muchas veces, basta mirar las dos Alemanias: la misma gente, la misma educación y el mismo punto de partida. Al Oeste, una potencia económica mundial; al este una economía semiagraria y estancada.

La clave del crecimiento chileno en los últimos años ha sido que se ha trabajado en un ambiente de reglas del juego racionales y estables, bajos o nulos impuestos a la inversión y buenas relaciones con el personal.

Es fundamental que cuando el empresario se acerque a una oficina pública o autoridad de gobierno, se encuentre con un funcionario que lo atienda en un clima de mutua confianza, buscando siempre la mejor solución en el marco de las leyes y el interés público. Nadie debe creerse dueño de su puesto porque se siente protegido por algún partido político. En estos casos la burocracia reemplaza a la eficiencia, que pierde importancia y deja de tener sentido.

Se puede destruir el entorno de progreso no sólo con leyes, sino también por otros caminos más sutiles. Frustrar, por ejemplo, al que trabaja, consumiendo su tiempo útil defendiéndose de acciones inútiles. Así ocurre en el caso de controles burocráticos sin objeto o iniciativas políticas mal entendidas.

Los países se construyen y crecen cuando la empresa privada da trabajo suficiente y bien remunerado. Numerosos son los empresarios que hemos tenido en estos años la oportunidad de hacerlo así, ampliando nuestras instalaciones o fundando nuevas industrias. Ha sido posible obtener créditos con plazos e intereses razonables, comprar maquinarias sin trabas de ninguna especie e importarlas con derechos de aduana bajos y pagos diferidos.

Llevo mucho años en esta actividad y he pasado por épocas muy difíciles, épocas frustrantes, y puedo confesarles que en este clima de libertad económica me he sentido realizado, como caminando por un campo abierto de horizonte limitado y cada día llego a mi oficina con renovado entusiasmo. Pienso que así todos hemos sido un poco más creativos. Pero esta libertad constituye un tremendo desafío para el futuro. Cada día se ofrecerán en el mercado productos más sofisticados y a mejores precios, tanto por la competencia interna como la externa. Al crecer la renta per cápita, subirán más los salarios y las exigencias de mejoras dentro del trabajo. Será necesario, pues, ser más eficientes y superarse día a día.

Dentro de una economía bien manejada, los empresarios deberemos aceptar el rigor de la competencia sin buscar cualquier forma de protección del Estado. El Gobierno sólo debiera actuar para corregir la deslealtad en la competencia, que se genera por la ayuda o subsidios de un Gobierno extranjero.

Para terminar, quisiera decirle a mis colegas empresarios que nuestra obligación en la actividad que hemos elegido es trabajar firme para que el país se mantenga dentro de un entorno libre para el desarrollo, buscando fabricar los mejores productos y dar mayores oportunidades de bienestar a quienes trabajan con nosotros.

Y a ICARE, muchas gracias.